sábado, enero 30, 2010

Personajes de Salinger


Este miércoles murió J. D. Salinger a una edad avanzada, siendo seguramente un niño hasta última hora. Sólo hacía un año que me lo descubrió la pintora entregándome un ejemplar de El guardián entre el centeno, en una calle clandestina de Gràcia. Luego, la mujer de los mares del sur me regaló Franny y Zooey y Nueve cuentos en el Turó Parc, mientras abandonábamos las miradas en el estanque. Me adentré en el universo de ese autor que dejó de publicar a los cuarenta y pocos años, para encerrarse en su casa y cohabitar con sus personajes eternamente adolescentes que se negaban a crecer. Que se hallaban perdidos en este extraño mundo. Como algunos de nosotros.

Tiene un cuento precioso: "Para Esmé, con amor y sordidez". Un soldado norteamericano (quizá el propio Salinger que participó en el desembarco de Normandía) entra en una iglesia británica el día antes de partir al frente. Un coro canta. Se fija en una niña de trece años que destaca entre las demás. Luego coinciden en una cafetería. Ella va con su institutriz y su hermano pequeño, pero tiene el aplomo de plantarse frente al soldado que la escuchó en el templo. Charlan. La chica parece más madura que el militar. Inician una cierta amistad. Le pide que le escriba un cuento sórdido desde el frente. Ese relato condensa el universo Salinger: adultos con miedo a seguir creciendo (metidos en situaciones que los desbordan), y niños con la seguridad que les ofrece su ingenuidad, antes que las normas sociales rompan sus esquemas.

Este miércoles murió J. D. Salinger, mientras esperaba a Thaís en la boca norte de la parada de metro Joanic. Ella hizo la trampa de utilizar la salida del sur. Y cuando escuché la carrera de unos tacones en el asfalto, a mi espalda, apenas tuve tiempo de girarme para evitar caerme con el empuje de su abrazo. Danzamos agarrados como peonzas de madera mientras las ambulancian lloraban de pena, y los peatones nos ignoraban. No sabían que éramos amigos desde hacía seis años y que jamás nos habíamos visto hasta ese momento. Es una brasileña alegre, inteligente, demasiado joven y bonita que aguantaba un primer plano, un plano americano y un plano general recién llegada de Bauru, con ese cansancio en su rostro. Ignora si hacer investigación en biología o seguir un curso de azafata de vuelo. Busca su lugar en el mundo. Pero su seguridad en sí misma te deja sin habla, como diría Holden Caulfield en El guardián entre el centeno. Sentados en ese bar de la plaza de la Virreina era más adulta que yo. No me pidió un relato sórdido escrito desde el frente de guerra, pero sí que fuera más realista y que entrara en batalla.

Este miércoles, en que murió J. D. Salinger, Thaís vino al encuentro en la plaza Joanic con CuxiCu. Él se mantuvo a distancia en el primer minuto, con su gorra de lana calada hasta las cejas y las manos en los bolsillos (al estilo de un viejo boxeador). Luego me lo presentó. Él me alargó la palma a distancia porque es tímido. Es un músico de las tierras del norte que quiere abrirse camino. Un chico que busca su lugar en el mundo. Como Holden Caulfield en El guardián entre el centeno. O como yo. Vino a Barcelona, para hacerle compañía a Thaís en su primer día en la ciudad (es bonito que te regalen tu tiempo). Ella también le pide que sea más realista y que entre en batalla. Con ese descaro que le ofrecen sus veintidós años brasileños. En una novela de Salinger aparecería pintándose las uñas, mientras le cuenta por teléfono a su madre que se ha fugado con su novio transtornado por la guerra en "Un día perfecto para el pez plátano".

En una novela de Salinger, CuxiCu y yo seríamos los perdedores. Los que pasan el día en la playa con niños, alegremente, y llegan al hotel para buscar una pistola y acabar con todo. Pero sólo son personajes. Está Thaís para salvarnos de la quiebra. J. D. Salinger pasó de los noventa años. Jamás fue como el protagonista de "Un día perfecto para el pez plátano".

Este miércoles, en que murió J. D. Salinger, paseamos los tres de madrugada por el Eixample. Thaís, CuxiCu y yo. Ella nos tomaba a los dos del brazo con los guantes que le había prestado. Estaba contenta, por fin en Barcelona, con nosotros. Temblábamos de frío, caminando hacia el hotel del centro. Un viento salvaje nos obligaba a avanzar con las cabezas agachadas. Pero, éramos felices en ese encuentro. Creo que siempre recordaremos esa noche. Y yo siempre releeré el cuento "Para Esmé, con amor y sordidez", que me envió una eterna adolescente, segura de sí misma, por correo postal. Lo leí en un banco junto al Turó Parc, una noche del pasado verano.

lunes, enero 18, 2010

Laie


Hola Laie.

M'agrada que m'hagis agafat la mà per portar-me a fer una passejada magnífica per una ciutat daurada. Podria ser qualsevol vila mitjana de Catalunya. Intueixo quina és. Diguem que és la teva. No hi ha res en el món que m'agradi més que caminar amb algú que vol compartir amb mi el seu paisatge. Amb el teu regal, hem anat junts a veure virtualment, d'una manera estranya, edificis que desconeixia. Medievals, potser. El clip és preciós. Transcorre de nit, quan m'agrada fer rutes. Em dius Travis i em relates un poema de Benedetti. No puc demanar res més. Somric. És un obsequi fantàstic, que mai tindré en la vida real.

Per complir amb el blocaire invisible, n'hi ha prou amb mirar els seus darrers textos. Però tu m'has llegit a fons, i quan una persona et dedica el seu temps et fa respectar-la molt.

Jo no sóc tan detallista com tu. No t'he començat a llegir fins avui. Em costa entrar amb la gent nova, però després sóc un pesat. Així que m'hauràs d'aguantar les collonades a casa teva a partir d'ara. Seré un curcó. I diràs que vas tenir mala sort amb el teu blocaire invisible.

Un petonet Laie. I moltes gràcies. Normalment no m'endevinen els regals. Tu ho has fet. M'agrades, no només per això. També pels teus textos.

PD: Els Anthony and The Johnsons em són molt propers. Els has triat bé.

miércoles, enero 13, 2010

Éric Rohmer



Rohmer siempre filmaba escenas cotidianas. Gente que entraba y salía del encuadre, despreocupada. Apenas hablaban de otras cosas más allá de la preparación de una mañana en la playa. O un encuentro en un parque.

Ésta podría ser una secuencia de una película de Éric Rohmer.

A media tarde, ella (la llamaremos Pocoyó) vino con su bufanda roja a ese cruce de caminos. Se acababa de despertar de la siesta, con su mantita levantada en el sofá hasta la barbilla. Bostezaba. Yo también había dormido un rato después de comer, en la litera de mis sobrinos, sin que me pidieran cuentos por una vez. Elevamos nuestras manos enfundadas en guantes para saludarnos (hacía frío), esperando a que el semáforo se pusiera en verde en ese cruce de caminos. Pocoyó es una mujer atractiva que escondió su inteligencia en su mochila, para no despreciarme. No pudo amagar su físico, pero me hizo sentir a gusto en esos primeros minutos.

A media tarde, él (lo llamaremos el jardinero fiel) acudió con su bufanda gris a ese otro cruce de caminos cerca de Sants Estació, en la otra punta de la ciudad. Pocoyó y yo nos dirigímos allí en el metro veloz, mientras él hacía fotografías por el parque, aguardando nuestra presencia. Nos esperó tranquilamente en la boca del tobogán-dragón, con su sombrerito de gángster inocente. Lo descubrimos enseguida. Levantamos nuestras manos enfundadas en guantes (hacía frío) esperando a que el semáforo se pusiera en verde. Y el jardinero fiel nos devolvió el saludo, desde la otra orilla. Es un hombre simpático, de cabello gris y salvaje, y barbita de intelectual. También es inteligente, pero escondió esa cualidad en su mochila, para no despreciarme.

Los tres caminamos descubriendo cipreses elevados, y faros que limitaban el recinto. Nos hacíamos preguntas tímidas. Él se fijaba en los árboles antes de disparar su cámara. Ella centraba su atención en ese chico chino que apuntaba a la canasta de baloncesto para disparar un triple, agachada para pillar sus botas con su gran angular. Son fotógrafos que hablan a través de su objetivo.

Después entramos en ese local de la plaza d'Osca, que recordaba de viejos tiempos con la mujer elegante. Hablaban entre ellos, atractivos tras esa mesa del bar en la que nos sirvieron una cerveza. Los miraba. Me gustaba mirarlos, hasta que el reloj sonó para que la carroza no se convirtiera en calabaza. Los tres regresamos a casa en el metro veloz. En un descuido, Pocoyó deslizó un calendario de mano de 2010 en el bolsillo de mi chaqueta. Le había dicho que este año no tenía ninguno.

Ésta podría ser una secuencia de una película de Éric Rohmer.

PD: Hoy Emily me ha enviado un email contándome que el cineasta había muerto. Y ahora he leído un post en chez Violette hablando de él. Vale mucho la pena. No podría expresar mejor que ella lo que me hizo sentir ese viejo gabacho. Era mi director de cine vivo preferido.

PD2: Rohmer no ponía música en sus películas. Espero que no le moleste esta BSO de Nouvelle Vague.

miércoles, enero 06, 2010

BI - And the winner is...

Estic davant el photocall. Espero que s'apaguin els flaixos per obrir nerviós el sobre. And the winner is... El Veí de Dalt. Has tingut sort, carallot. Imagina't que et toca una d'aquestes noietes de Blogville que només pensen en quina lligacama es posaran per començar el dia. Si la negra o la vermella. Millor jo, que m'afaito amb la Gillette cada matí. No et queixis.

Pensava obsequiar-te amb un creuer pel Mediterrani amb la Martina Klein. Però ja estàs acostumat a aquestes situacions. I com que tens un castellà que tira patrás i a mi m'agraden els regals práctics, doncs t'he fet el donatiu d'un curs d'espanyol per a catalanoparlants. Amb prou feines dura un parell de mesos. És a Colmenar Viejo. T'hi he apuntat. Quan hi arribis, no deixis de pagar els mil dos-cents euros de la matrícula.

També t'he buscat allotjament. Viuràs a casa dels Alvarado-González. Quatre-cents euros al mes. Econòmic. El pis no és molt gran. Així que hauràs de compartir dormitori. Ells tenen una filla que amb prou feines ha fet els vint anys, i mai ha sortit de Colmenar Viejo. És rosseta, molt mona. El seu dormitori continua sent el que li van muntar per la Primera Comunió. Les parets encara són de color rosa, i té els dos llits plens de peluixos. Li agrada fer-se cues i portar mitjons infantils de la Hello Kitty.

Però tu dormiràs a l'habitació del fons. Amb l'àvia. El seu llit és de matrimoni. Hi cabreu tots dos perfectament. A ella li encanta el cocido a l'hora de sopar. I ja se sap que els cigrons i les mongetes... Però això es soluciona amb unes fulles de menta a les fosses nasals.

Finalment, espero que per assistir a les classes de castellà no et folris la carpeta amb imatges del Puyol o del Messi. Et farien fugir per cames del curs. Posa't fotografies del Cristiano Ronaldo i el Sergio Ramos.

T'esperem d'aquí a dos mesos. Disculparem que no puguis tornar a publicar el teu blog. A l'habitació que compartiràs amb la iaia de Colmenar Viejo només hi ha una Olivetti. Resa un parenostre amb la senyora, cada nit, abans de tancar el llum. Després, si notes una mà al maluc, pensa que només seran dos mesets.

PD: Si creus que t'has de desfogar amb algú, em vas tocar com a BI en un sorteig organitzat per l'Anna Tarambana.

lunes, enero 04, 2010

Blocaire Invisible 2009 - Darreres pistes

-Als seus links diu que una rateta li escombra l'escaleta.

-Té una llista de blocaires que han deixat de publicar. Això l'honora. M'agrada la gent que se'n recorda dels que van passar per aquí i van plegar. És un homenatge. Ara la Violette Moulin dirà: la pista, resumint, és que té una llista de blocaires que han deixat de publicar. La resta són percepcions teves, no pistes! :P. Coi de mademoiselle.

-La Silver Blue Sea li va concedir un premi. No diré quan.

PD: Miraré de programar el meu regal pel sis de gener. Si no me'n surto, el posaré quan torni de la terra de la boira.

sábado, enero 02, 2010

Primer paseo del año.


Repasé con la mirada mi mesa antes de salir a dar el primer paseo del año. Vi una carta de los juzgados diciendo que me retiraron la denuncia en enero. Estaba el documento sellado en la Agència Tributària de Catalunya dando carpetazo a catorce años de una idea. Había un perro de trapo precioso, plantado en el borde de madera con un muñequito de Mark Twain entre las piernas. Existía una torre blanca emitiendo vapores que me hacían levitar pensando en la mujer del calendario: la chica Playboy (MK). Se apilaban los libros leídos estos meses (pendientes de entrar en la caja de textos consumidos). Un sinfín de páginas escritas por un sueco que ya ha muerto: Stieg Larsson. Obras de Auster, de Atxaga, de Sabato, de Balzac, de Salinger... Estaban los apuntes que tomé para ese programa en la Sexta: El aprendiz, del que Ilse era la jefa suprema. Creo que la ayudé. Sobre mi mesa reposaba un número de lotería para el próximo sorteo del niño acabado en siete. Y una entrada para un concierto del pasado diecisiete de diciembre que había caducado, pero seguía vivo en mi memoria.

Acudí a la actuación de ese músico algo olvidado. Él quería renacer bajo los focos de la sala Apolo de Barcelona. Era Josep Puntí (antes Adrià Puntí). El intérprete llevaba un jersey fino, abierto de cuello, que le colgaba hasta dejar su hombro derecho a la vista. Creo que se trataba de una metáfora. Una vez fue popular, y ahora se presentaba desnudo mientras sacudía el teclado como si fuera la reencarnación de Jerry Lee Lewis, y las guitarras sonaban guerreras sobre la tarima. Pedía una segunda oportunidad (también un cigarrillo al público, que fumó con los ojos entrecerrados, como si fuera el último de su vida). Es un excelente instrumentista. Camufla su timidez con un ataque de exhibicionismo que le pierde. Son casi dos metros de gato enorme abandonado. En la sala Apolo, a mi espalda, escuché a gente con acento del norte. Decían en plan sarcástico: "Le he visto domir en las calles de Girona". Le importan poco esas sentencias crueles al compositor. Agradeció que esa noche se acordaran de él.

Tras el concierto, me acerqué a la persiana de un taller mecánico de Gràcia. Hacía frío en la calle. Llamé con el puño congelado, y le pedí permiso a ella para quedarme allí. Me dejó dormir en el altillo. Esa mujer acostumbra a tener al cantante en su casa dibujándole retratos, escribiéndole poemas, tímido tras su mirada de tremendo miope. Abrazándola para decirle que la quiere. Yo no puedo darle todo eso, pero me ofreció esa cama para gatos enormes solitarios. Me contagié de la soledad de Puntí en el lecho donde él había escrito estrofas para futuras canciones.

En Nochevieja es jodido no tener a nadie a mano. Estaba solo. En el piso de enfrente, la tia buena que se ha mudado recientemente allí (una rubia espectacular que hace gimnasia frente a un vídeo en la tele -no la espío, es que me pilla siempre tendiendo la ropa) y su pareja (el pobre se parece a mí) tenían invitados. Tomaron las uvas en la mesa larga, con las mejillas sonrosadas por el vino, mientras yo les miraba de reojo, comiendo mis aceitunas en soledad y escuchando las campanadas en TV3. De alguna manera me hicieron compañía, a través de los balcones.

Repasé con la mirada mi mesa antes de salir a dar el primer paseo del año, viendo las cartas, los libros y los muñecos de trapo. Me dirigí al Turo Parc. Deambulé por las calles en los primeros minutos del uno de enero (no podría concretar en cuál, ya que tengo la pila del reloj gastada), sin ser feliz del todo, ni tampoco exageradamente infeliz. Caminé alrededor del recinto, acariciando cada hoja de planta que asomaba a la acera exigiendo un buen año para cada uno de los seres vivos que se han ocupado de mí últimamente. Una hoja, un alma. Un alma, una hoja. Es una tradición casi tan tonta como todo lo que hago. Pero, ¿y si les doy suerte? Este 2010 se ha sumado Josep Puntí a las peticiones, ese gato grande que compone en el altillo del taller mecánico.

El viento era agresivo. Había ramas de árboles amputadas en el suelo. Y las bolsas del Caprabo volaban como globos baratos. Una bicicleta se apoyaba inocentemente en la verja del parque. La habían robado, sin duda, del bicing. No debería haberlo hecho, pero me monté en ella. Corrí por las calles de ese barrio noble: Sant Gervasi. En mis walkmans escuchaba una canción de Josep Puntí. Sonaba bajo mi gorra negra.