Escenas de Navidad
1. La señora Sofía se arremangó la blusa para cocinar en estas Navidades, sin mostrar arrepentimiento ante nuestras nuevas cinturas de embarazados al levantarnos de la mesa el último día.
2. El tenista se llevó al pequeño Hayden a rezar al pasillo, mientras los demás escondíamos -a cámara rápida como en las películas mudas- sus regalos bajo el Tió. (Es una tradición navideña catalana. Consiste en un tronco de árbol con cuatro patas de madera y un rostro sonriente de cartón o pintado directamente en el leño. Los niños deben alimentarlo durante jornadas para que les expulse regalos en Nochebuena por la parte trasera, después de darle bastonazos en el lomo y cantarle una canción tradicional. En la granja de los caballos hay un pequeño problema: el niño me llama "tío" en castellano, y cuando le dicen que pronto va a cagar obsequios el Tió me mira con exigencias.)
3. El señor Gris se dejó fotografiar con astas de reno, el pobre.
4. El hombre sin suerte me dejó plantado en la puerta de la discoteca multicultural a dos grados bajo cero la víspera de San Esteban, ante mis expectativas de fiesta salvaje. De todas formas, entré.
5. El día 24 salí a caminar con el señor Gris, como cada tarde. Había niebla alta que -fácilmente- se confunde con nubes bajas. Encontramos un campo de frutales desnudo de hojas. Quedaban manzanas granny smith, pendientes para siempre de recolección, que decoraban los árboles como si fueran de Navidad. Es mi fruta preferida, y la del perro. Así que compartimos una jugosa pieza recolectada en pleno diciembre. Masticamos sin cerrar la boca, con ninguna educación, emitiendo vapor como si fuéramos dragones mansos.
6. De regreso a la granja de los caballos, una bandada de veinte cigüeñas sobrevoló un buen rato nuestras cabezas, dibujando círculos. Desconozco las costumbres de esas aves, pero intuyo que buscaban a alguien a quien traer recados de París. Sin que el animal se diera cuenta, levanté la mirada y le señalé a él. Si nos hubiera vigilado un escuadrón de buitres carroñeros a la caza de comida fácil habría mostrado la dirección al infinito, para despistarlos en nuestro retorno al hogar y a las fiestas navideñas que seguían teniendo lugar tras sus muros.
7. Este diciembre, formulé más felicitaciones de las que recibí. Para compensarlo, a mi vuelta a la metrópoli encontré el mensaje que una mujer desconocida me dejó por equivocación en el contestador del teléfono fijo: "¿Dónde estás Elena? ¿Que no estás en casa? Bueno, bueno... Oye te llamo desde la montaña. Era para felicitarte las fiestas. ¿Dónde estás? Ya me dirás algo. Un abrazo".
2. El tenista se llevó al pequeño Hayden a rezar al pasillo, mientras los demás escondíamos -a cámara rápida como en las películas mudas- sus regalos bajo el Tió. (Es una tradición navideña catalana. Consiste en un tronco de árbol con cuatro patas de madera y un rostro sonriente de cartón o pintado directamente en el leño. Los niños deben alimentarlo durante jornadas para que les expulse regalos en Nochebuena por la parte trasera, después de darle bastonazos en el lomo y cantarle una canción tradicional. En la granja de los caballos hay un pequeño problema: el niño me llama "tío" en castellano, y cuando le dicen que pronto va a cagar obsequios el Tió me mira con exigencias.)
3. El señor Gris se dejó fotografiar con astas de reno, el pobre.
4. El hombre sin suerte me dejó plantado en la puerta de la discoteca multicultural a dos grados bajo cero la víspera de San Esteban, ante mis expectativas de fiesta salvaje. De todas formas, entré.
5. El día 24 salí a caminar con el señor Gris, como cada tarde. Había niebla alta que -fácilmente- se confunde con nubes bajas. Encontramos un campo de frutales desnudo de hojas. Quedaban manzanas granny smith, pendientes para siempre de recolección, que decoraban los árboles como si fueran de Navidad. Es mi fruta preferida, y la del perro. Así que compartimos una jugosa pieza recolectada en pleno diciembre. Masticamos sin cerrar la boca, con ninguna educación, emitiendo vapor como si fuéramos dragones mansos.
6. De regreso a la granja de los caballos, una bandada de veinte cigüeñas sobrevoló un buen rato nuestras cabezas, dibujando círculos. Desconozco las costumbres de esas aves, pero intuyo que buscaban a alguien a quien traer recados de París. Sin que el animal se diera cuenta, levanté la mirada y le señalé a él. Si nos hubiera vigilado un escuadrón de buitres carroñeros a la caza de comida fácil habría mostrado la dirección al infinito, para despistarlos en nuestro retorno al hogar y a las fiestas navideñas que seguían teniendo lugar tras sus muros.
7. Este diciembre, formulé más felicitaciones de las que recibí. Para compensarlo, a mi vuelta a la metrópoli encontré el mensaje que una mujer desconocida me dejó por equivocación en el contestador del teléfono fijo: "¿Dónde estás Elena? ¿Que no estás en casa? Bueno, bueno... Oye te llamo desde la montaña. Era para felicitarte las fiestas. ¿Dónde estás? Ya me dirás algo. Un abrazo".