Mil lugares
Llevo la tierra del sol impresa en mi carácter, su acento surge de mi garganta cuando alguien me pregunta por una calle, me alimento con sus productos importados, sueño con sus edificios medievales. Cuando me refiero a mi hogar mi mente viaja a ella, aunque tengo desde hace años un apartamento alquilado en Barcelona.
Quiero a la tierra del sol, aunque le soy infiel con esta metrópolis que me excita con sus caderas latinas. Si alguna vez has pisado la minúscula plaza de Sant Gaietà (Sarrià), el recóndito parque en el ático del Museu Marítim de les Drassanes (Ciutat Vella) o la nostálgica calle Torrijos (Gràcia) sabrás a qué me refiero.
Ayer hablé con alguien que lleva más años que yo residiendo entre los palmerales y al borde del lago de este oasis mediterráneo. Me sorprendió que planificara un viaje a su tierra del sur para este fin de semana, justo cuando Barcelona se pone guapa por las fiestas de la Mercè, con conciertos indispensables en cualquier rincón de la ciudad. Pero, allí viven sus gatos forasteros y sus recuerdos; y Barcelona sólo es para ella un lugar de trabajo, de salas de cine y restaurantes. Siento que no sea nada más en su vida, que no conozca este territorio que la acoge; pero me conmueve su fidelidad hacia su verdadera patria.
Este atardecer estoy en la plaza Catalunya para conseguir un programa de actos de las fiestas en el punto de información turística. La mujer uniformada de azafata me lo entrega gratuitamente y sin gran entusiasmo. Después paseo por La Rambla entre ciudadanos de mil distintas tierras del sol o de la niebla o de la lluvia o del sur o norteñas... impresas en su carácter, en su acento, en su alimentación, en sus edificios antiguos olvidados atrás en su viaje por turismo. Compro un periódico extranjero para ponerlo bajo mi brazo, como hacen ellos. No soy rubio para el Súddeutsche Zeitung, ni altivo para el France Soir, ni elegante para el The Economist. Opto por el Diari d'Andorra. Lo adquiero este jueves, por segunda vez desde que Mercedes publicara un magnífico artículo sobre México la semana pasada en sus páginas. En información internacional abren con España o Francia, invariablemente. Y sus páginas de televisión se estrenan con Andorra Televisió, saltan a Arte, luego a TV3 y al Canal 33, BBC World... Y la RTP portuguesa adelanta a Antena 3 o a Telecinco en el ránking. El diario está completamente escrito en catalán, ese raro idioma que nos empeñamos en hablar con la extravagante excusa de que es la lengua con la que nos dirigimos a nuestras madres, desde siempre.
Los anuncios de Pyrénées, La Casa del Formatge o del Centre Comercial Sant Julià me retornan a los viajes estivales de cuando era niño en el coche familiar, en busca de azúcar, leche y coñac a precios económicos. Después de las compras, comíamos un plato combinado en una terraza de Andorra la Vella, junto al río Valira, y regresábamos a casa -a mi hogar eterno-, deslizándonos como en trineo por las montañas en dirección al valle. Eran nuestras vacaciones de entonces, complementadas con la estancia en la torre del abuelo materno, rodeada de manzanos.
Algunos veranos también visitábamos Barcelona, y era tanta la aventura para la señora Hayden y para mí (ambos menores de diez años) como volar a Nueva York para los niños actuales. Pernoctábamos en una pensión de la calle Canuda, y nuestros padres nos dejaban al cuidado de la propietaria mientras asistían a las representaciones picantes de El Molino. Nos hacíamos los dormidos, para levantarnos al instante de cerrar ella la puerta de nuestra habitación y correr al balcón. Desde allí apuntábamos a las cabezas de los paseantes con nuestra botella de plástico flexible, y los poníamos perdidos de agua de colonia. En la tierra del sol, en aquellos tiempos -y todavía ahora-, sólo era posible rociar a algún gato vagabundo desde la balconada; y la novedad del tráfico de tantas personas por la acera nos mantenía desvelados hasta muy tarde.
Estoy cerca de la calle Canuda esta noche. La pensión no existe desde hace años, pero mis recuerdos siguen dando vueltas como una peonza en la sombra fresca de su portal. Me siento turista en la ciudad con el periódico extranjero bajo el brazo. No tengo ganas de regresar a mi piso. Preferiría tomar una habitación de hotel en la zona turística. Leer un rato el Diari d'Andorra sobre la cama con sábanas limpias, buscando información sobre su famoso autobús en forma de vaca: el vacabús. Quisiera llamar desde la habitación a mi padre para decirle que estoy hospedado cerca de la calle Canuda, y pedirle que me lleve un día a Andorra. Me encantaría telefonear después a la señora Hayden para preguntarle si tiene una botella de plástico repleta de perfume y rogarle que viniera hasta aquí para recordar viejos tiempos disparando su contenido sobre los peatones despistados.
Quiero a la tierra del sol, aunque le soy infiel con esta metrópolis que me excita con sus caderas latinas. Si alguna vez has pisado la minúscula plaza de Sant Gaietà (Sarrià), el recóndito parque en el ático del Museu Marítim de les Drassanes (Ciutat Vella) o la nostálgica calle Torrijos (Gràcia) sabrás a qué me refiero.
Ayer hablé con alguien que lleva más años que yo residiendo entre los palmerales y al borde del lago de este oasis mediterráneo. Me sorprendió que planificara un viaje a su tierra del sur para este fin de semana, justo cuando Barcelona se pone guapa por las fiestas de la Mercè, con conciertos indispensables en cualquier rincón de la ciudad. Pero, allí viven sus gatos forasteros y sus recuerdos; y Barcelona sólo es para ella un lugar de trabajo, de salas de cine y restaurantes. Siento que no sea nada más en su vida, que no conozca este territorio que la acoge; pero me conmueve su fidelidad hacia su verdadera patria.
Este atardecer estoy en la plaza Catalunya para conseguir un programa de actos de las fiestas en el punto de información turística. La mujer uniformada de azafata me lo entrega gratuitamente y sin gran entusiasmo. Después paseo por La Rambla entre ciudadanos de mil distintas tierras del sol o de la niebla o de la lluvia o del sur o norteñas... impresas en su carácter, en su acento, en su alimentación, en sus edificios antiguos olvidados atrás en su viaje por turismo. Compro un periódico extranjero para ponerlo bajo mi brazo, como hacen ellos. No soy rubio para el Súddeutsche Zeitung, ni altivo para el France Soir, ni elegante para el The Economist. Opto por el Diari d'Andorra. Lo adquiero este jueves, por segunda vez desde que Mercedes publicara un magnífico artículo sobre México la semana pasada en sus páginas. En información internacional abren con España o Francia, invariablemente. Y sus páginas de televisión se estrenan con Andorra Televisió, saltan a Arte, luego a TV3 y al Canal 33, BBC World... Y la RTP portuguesa adelanta a Antena 3 o a Telecinco en el ránking. El diario está completamente escrito en catalán, ese raro idioma que nos empeñamos en hablar con la extravagante excusa de que es la lengua con la que nos dirigimos a nuestras madres, desde siempre.
Los anuncios de Pyrénées, La Casa del Formatge o del Centre Comercial Sant Julià me retornan a los viajes estivales de cuando era niño en el coche familiar, en busca de azúcar, leche y coñac a precios económicos. Después de las compras, comíamos un plato combinado en una terraza de Andorra la Vella, junto al río Valira, y regresábamos a casa -a mi hogar eterno-, deslizándonos como en trineo por las montañas en dirección al valle. Eran nuestras vacaciones de entonces, complementadas con la estancia en la torre del abuelo materno, rodeada de manzanos.
Algunos veranos también visitábamos Barcelona, y era tanta la aventura para la señora Hayden y para mí (ambos menores de diez años) como volar a Nueva York para los niños actuales. Pernoctábamos en una pensión de la calle Canuda, y nuestros padres nos dejaban al cuidado de la propietaria mientras asistían a las representaciones picantes de El Molino. Nos hacíamos los dormidos, para levantarnos al instante de cerrar ella la puerta de nuestra habitación y correr al balcón. Desde allí apuntábamos a las cabezas de los paseantes con nuestra botella de plástico flexible, y los poníamos perdidos de agua de colonia. En la tierra del sol, en aquellos tiempos -y todavía ahora-, sólo era posible rociar a algún gato vagabundo desde la balconada; y la novedad del tráfico de tantas personas por la acera nos mantenía desvelados hasta muy tarde.
Estoy cerca de la calle Canuda esta noche. La pensión no existe desde hace años, pero mis recuerdos siguen dando vueltas como una peonza en la sombra fresca de su portal. Me siento turista en la ciudad con el periódico extranjero bajo el brazo. No tengo ganas de regresar a mi piso. Preferiría tomar una habitación de hotel en la zona turística. Leer un rato el Diari d'Andorra sobre la cama con sábanas limpias, buscando información sobre su famoso autobús en forma de vaca: el vacabús. Quisiera llamar desde la habitación a mi padre para decirle que estoy hospedado cerca de la calle Canuda, y pedirle que me lleve un día a Andorra. Me encantaría telefonear después a la señora Hayden para preguntarle si tiene una botella de plástico repleta de perfume y rogarle que viniera hasta aquí para recordar viejos tiempos disparando su contenido sobre los peatones despistados.
7 Comments:
I doncs? Per què no escrius en català? Per què gairebé tothom que hi escriu té tantes poques a dir i, en canvi, tu no ho fas?
Ben cordialment,
Margot M.
Katrin se comprará el aftonbladet para pasear por la Mercé.
No escric en català bàsicament perquè domino millor el castellà. També perquè la persona que em va engrescar a fer aquest blog és madrilenya. I perquè conec gent de les amèriques.
He entrado en la web del Aftonbladet i creo que seguiré fiel al Diari d'Andorra. El sueco todavía me cuesta un poco.
Gràcies pels comentaris.
Pero eso no es una excusa. Las madrileñas dominamos perfectamente el catalán. Mira hoy mi paisana qué bien ha estado...
:) castellà si us plaaauu!!
te echo de menos! ;* besito desde Bauru
El tema de la lengua es complicado. Yo hablo mal en castellano y escribo mal en catalán (también hago mal otras mil cosas). Así que me defiendo en cada idioma como puedo.
Y eso de que las madrileñas dominen perfectamente el catalán Ilse... No será que dominan perfectamente al catalán? Es broma, tú lo entiendes muy bien y eres un encanto por habértelo currado sin necesidad de hacerlo.
Las mismas gracias para Thaïs, que tiene curiosidad por el catalán desde Bauru. También te echo de menos. Cuida a Charles, ok?
Ostres tu, que remous coses eh...
quin perill llegirte.
Un plaer.
aiguamarina
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