La espera
En el expreso de media tarde de regreso de la tierra de la niebla, la gente rememora sus Navidades en la noche cerrada de las ventanillas. Dan cabezazos contra el cristal por el sueño que les vence después de tantos excesos. Se despiertan con el pitido y la voz metálica que anuncia una nueva estación. Y se vuelven a dormir. En el asiento de delante viaja una mujer atractiva, con la etiqueta de Air France Privé en su maleta. Interpreto que es una azafata de vuelo, que ahora viaja en un avión terrestre sobre carriles. Tiene el cabello salvaje y rojizo. Es alta. Atractiva. Huele a Francia.
El convoy frena en un túnel bajo tierra. Dejo que ella baje ante mis pasos. La sigo por el pasillo de la estación del paseo de Gràcia, hasta la salida a la calle Aragó. Allí la abraza un tipo con gafas y poco cabello. Y ella se aleja agarrada de su cintura con sus botas eternas de montar a caballo.
Llego a mi piso. Busco nervioso en el correo una respuesta de Violette Moulin. Le escribí antes de partir por las fiestas de Navidad, para pedirle ir un poco más allá de nuestra palabras en los blogs. Me la imagino con sus botas eternas de montar a caballo, con sus etiquetas de Air France Privé en su maleta. Con su aroma a Francia. Esperando a que diga que sí. A que me permita esperarla en la salida de la calle Aragó. A que me deje tomar una cerveza con ella.
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