Nadar crawl
Me he apuntado con el ángel Melahel a la piscina de Európolis, en la calle Sardenya. Tenemos derecho a fitness y a las actividades dirigidas, aunque preferimos lanzarnos al agua y nadar. Al menos yo. Él intenta hacer la bomba, pero se queda suspendido en el aire -frustrado con las manos agarrando sus tobillos y mirándome en plano fijo con un signo de interrogación sobre su testa canosa en sus repetidos intentos de salpicarnos a todos sin lograrlo. Yo encojo los hombros y despliego los brazos: es un ángel y flota en la atmósfera, qué le vamos a hacer. Entonces se conforma con seguir mis trazas en la piscina haciendo equilibrios de funambulista sobre las boyas entre los canales, caminando prácticamente sobre las aguas con esas gafas de intelectual que se ha comprado para hacerse el interesante. A veces se le desprende una pluma que aparto de un manotazo en una de mis brazadas.
Nado crawl. Se trata de elevar un brazo para dar una palmada hacia abajo y entrar en el agua, y luego la otra extremidad repitiendo la misma mecánica, mientras las piernas dan patadas oscilantes. Cada tres brazadas saco la cabeza para respirar y no ahogarme. Entonces me llega el flash de la sonrisa de Melahel, apenas un segundo, gamberro en su levitación sobre el líquido, y hundo de nuevo mi rostro en el cristal azul para observar el fondo de la piscina.
Nadar me ayuda a olvidar que este año tengo problemas de facturas impagadas, de pérdida de clientes, de números rojos en la cuenta corriente, de intereses bancarios por descubiertos a fin de mes.
En una esquina de la piscina, los animosos chicos de AIG hacen cruceros sobre sus flotadores con cabeza de foca. Su compañía, la mayor aseguradora del mundo, recibió 170.000 millones de dólares públicos para evitar la quiebra. Acto seguido, utilizó 165 millones de esa dádiva para compensar en bonus a los empleados de su división de productos financieros. Y ahora esos muchachos escuálidos chapotean en el agua mientras toman un dry-martini bien seco a la salud de los contribuyentes.
A pocos metros de ellos, sobre sus neumáticos con cabeza de pulpo, los altos cargos de Merrill Lynch sorben una copa de helado Hawai coronada con una sombrillita de papel de colores. Su empresa obtuvo 45.000 millones de dólares de Washington para mantenerse a flote. E inmediatamente repartió 3.600 millones en bonus entre ellos. Son tremendos.
En la piscina también chapotea sobre su flotador con cabeza de jirafa sir Fred Goodwin, el hombre que arruinó el Royal Bank of Scotland. Antes de irse, se adjudicó 780.000 euros al año de pensión vitalicia. Traviesillo. Parece despreocupado leyendo el Financial con sus lentes diminutas al borde de su nariz, aunque unos desalmados le destrozaron su Mercedes S600 y atacaron su casa hace unas semanas.
Cerca de la cafetería, los ejecutivos de Caja de Castilla la Mancha celebran con champagne (el cava es para pobres) que el gobierno español les haya rescatado de la crisis, tras inyectarles cifras escandalosas. Quizá se equivocaron invirtiendo el dinero que no tenían en ese aeropuerto megalómano de Ciudad Real, donde no viajan ni los gatos. Pero ¿y si hubiera salido bien? Eran simples emprendedores, aunque con magníficos contactos en la cúpula de la administración pública.
Los astutos que se forraron con la fórmula del short selling (pedir prestadas acciones bursátiles y venderlas caras en el mercado, para recomprarlas más tarde a bajo precio y devolvérselas al propietario original con plusvalías) ríen sobre sus colchonetas del Rey León en la esquina sur de la piscina, salpicando con sus pies de bailarines en el agua, satisfechos de que el estado español todavía no haya emitido una mísera ley para impedir esa práctica especulativa.
Ayer los informativos celebraban que Volkswagen otorgara la fabricación del nuevo Audi Q3 a la sede de Seat en Martorell a cambio de 200 millones de euros en subvenciones públicas (algunas fuentes aumentan esa cifra hasta los 300 millones) para salvar 1.500 puestos de trabajo (mucha gente opina que los trabajadores de Seat son la aristocracia en ese sector, los mimados de los sindicatos). Si no lo he calculado mal, cada puesto de trabajo rescatado de esa factoría nos sale por 133.000 euros. O yo soy muy pollino o no entiendo nada.
Nado crawl. Se trata de elevar un brazo para dar una palmada hacia abajo y entrar en el agua, y luego la otra extremidad repitiendo la misma mecánica, mientras las piernas dan patadas oscilantes. Cada tres brazadas saco la cabeza para respirar y no ahogarme, mientras trato de evitar las colchonetas y los flotadores de esos ejecutivos salidos de unas escuelas de negocios que no impartían la asignatura de ética empresarial.
En la piscina también bracea esa mujer regordeta, con su casco de plástico azul claro en la cabeza que esconde su cabello oxigenado de peluquería de barrio. Regentaba la carnicería en la esquina de mi bloque de pisos. Compraba allí el lomo que ella cortaba sin guantes, sin sacarse el anillo de casada. La higiene no era norma de la casa, pero servía productos de buena calidad. Cerró hace poco. Veo la persiana bajada en mi camino a las instalaciones deportivas. No creo que se reúna con urgencia el nuevo gobierno del presidente Zapatero para inyectar los euros necesarios y salvar su pequeño puesto de trabajo.
Según un informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), mientras los beneficios empresariales en el estado español se multiplicaban el 73% entre 1999 y 2006 (más del doble que la media de la Unión Europea: un 33%), el salario medio real de los ciudadanos perdió el 4% de su poder adquisitivo entre 1995 y 2005. Y nadie ha hecho nada para evitarlo.
Fuera de las instalaciones de Európolis, cada tres brazadas saco la cabeza para respirar y no ahogarme en la crisis económica que me tiene agarrotado sin tener culpa alguna. Para olvidar que los banqueros prestaron más dinero del que disponían. Para olvidar que los ciudadanos pidieron -y obtuvieron alegremente- créditos para adquirir propiedades -viviendas y automóviles de gama alta- que no podían comprar. Para obviar que los políticos sólo intentaban que el PIB (producto interior bruto) creciera año tras año artificialmente (basado en la construcción) por encima del tres por ciento porque emitir esa noticia en el Telediario de la Primera hace ganar elecciones. Para no recordar que el poder adquisitivo de la mayoría de ciudadanos disminuyó, mientras en las listas de Forbes se incrementó el número de españoles multimillonarios. El PIB creció, pero sólo para unos pocos. Y entraron millones de inmigrantes, y millones de adolescentes abandonaron el sistema educativo para trabajar en ese El Dorado fabuloso de la construcción y comprarse una moto con el tubo de escape trucado. Los empresarios les pagaban poco para aumentar las cuentas de resultados, y a los políticos les servían para incrementar las cifras de la Seguridad Social (falsas, porque no se incluye ni la sanidad, ni la educación en esas cuentas). Y ahora los responsables del problema (banqueros, promotores inmobiliarios, empresas de automoción...) obtienen salvavidas, y las víctimas no.
Ya sé a quien voy a votar en las próximas elecciones europeas, y en todas las siguientes. A nadie. A no ser que entre en la Seat de maestro de bujías o de cigüeñales.
Nado crawl, para olvidar que cuando salgo a pasear de noche las mujeres discuten alegremente frente a los contenedores de basura de los supermercados para saber quién llegó primera y hacerse con el mapa del tesoro de los desperdicios. Las hay ancianas y con la piel tatuada por la vida, las hay jóvenes y con la piel tatuada por la moda. Apenas acuden hombres.
No conozco los remedios para salir de todo esto. Supongo que formación, y sacrificio (cuentan que desde que hay crisis económica las bajas laborales han disminuido) y creatividad. Personalmente, pienso que los estados pequeños y las empresas minúsculas mejoran nuestra vida. Todo es más cercano en esas condiciones. En Finlandia no viven del ladrillo, ni del turismo. Y es una sociedad avanzada.
Y ahora el Estado español regala millones de euros a la banca que ha especulado, a las empresas de automóviles que no son rentables (aunque generan miles de empleos que significan miles de votos). Y los constructores reclaman "qué hay de lo mío", cuando se han dedicado a crear edificios vacíos, y han puesto los precios de una necesidad básica como es la de la vivienda por las nubes. ¿Dónde está todo ese inmenso dinero que ganaron en las promociones anteriores? Son unos cachondos. Debajo de mi piso hay un cartel de "es lloga". Era una tiendecita de prendas de cáñamo. Las chicas empaquetaron su ropa que quedaba por vender y la metieron en una furgoneta con destino a la tierra de los sueños perdidos. Y no podré volver a comprar carne en el comercio de la esquina que regentaba esa nadadora de cabellos oxigenados. Pero no se trata de cierres importantes. Apenas representan un puñadito de votos. No valen la pena. Aunque no especularan en su jodida vida.
En Európolis nado crawl. Se trata de elevar un brazo para dar una palmada hacia abajo y entrar en el agua, y luego el otro brazo repitiendo la misma mecánica, mientras las piernas dan patadas oscilantes. Cada tres brazadas saco la cabeza para respirar y no ahogarme.
Melahel me señala que, en una esquina, hay gente remando con sus flotadores y sus colchonetas hacia el punto donde un nuevo sabio va a predicar. Nado hacia allí. Descubro que también comparto piscina con un economista que busca soluciones: Thomas L. Friedman ofrece una pequeña charla, sobre su flotador con cabeza de cisne:
"¿Quieren gastar 20.000 millones del dinero público para crear puestos de trabajo? Perfecto. Llamen a las 20 empresas de capital riesgo más importantes de Estados Unidos, que en la actualidad andan escasas de dinero porque sus socios -fundaciones universitarias y fondos de pensiones- están secos, y háganles esta oferta: el Tesoro estadounidense les dará a cada una hasta 1.000 millones de dólares para financiar las mejores ideas de capital-riesgo que encuentren. Si se van al garete, todos perdemos. Si cualquiera de ellas resulta ser la próxima Microsoft o Intel, los contribuyentes les darán a ustedes el 20% del beneficio del inversor y se quedarán con el otro 80%.
Si vamos a gastar miles de millones de dólares del contribuyente, no puede ser sólo en banqueros que decoran despachos, especuladores de viviendas excesivamente endeudados y ejecutivos automovilísticos que año tras año gastan más energía resistiéndose a los cambios y presionando a Washington que liderando el cambio para vencer a Toyota.
He estado viajando por todo el país para presentar un libro y cada noche vuelvo a mi hotel con los bolsillos llenos de tarjetas de presentación de inventores de energías limpias. Nuestro país sigue lleno de innovadores que buscan capital. Así que asegurémonos de que todos los perdedores que claman para que se les ayude no ahoguen a los posibles ganadores que podrían sacarnos de ésta. Algunas de nuestras mejores empresas, como Intel, se crearon en épocas de recesión, cuando la necesidad hace a los innovadores aún más inventivos y a los que asumen riesgos todavía más osados.
Sí, tenemos que apuntalar el sistema bancario, que es el que lo sostiene todo; y encontrar un modo justo de impedir que desahucien de su casa a personas trabajadoras que se atuvieron a las normas no sólo es acertado sino esencial para la estabilidad.
Pero más allá de eso, pensemos, hablemos y planeemos con mayores aspiraciones. Estamos abajo, pero no fuera. Puesto que invertimos dinero público, hagámoslo con la vista puesta en iniciar una nueva generación de empresas de biotecnología, infotecnología, nanotecnología y tecnología limpia con verdaderos innovadores, verdaderos puestos de trabajo del siglo XXI y beneficios posiblemente reales para los contribuyentes. Nuestro lema debería ser: "Empresas nuevas, no rescates: alimentar al siguiente Google, no cuidar a los viejos GM"
Fuente: El País Negocios, 8-3-2009.
Apoyo mi espalda en una esquina, cansado de dar brazadas. Melahel se acerca levitando sobre las aguas. Sonríe porque está a salvo de la crisis. Es un ángel ajeno a toda preocupación. Y me observa con socarronería, hasta que pego un manotazo al azul de la piscina y le dejo bien caladas las plumas de sus alas.