Marina
Los ahorros de algunos ciudadanos han sido depositados en Marina d'Or. Anne Igartiburu anuncia esa ciudad de vacaciones valenciana en un spot televisivo que se repite varias veces en el día. No había relacionado la coincidencia en el nombre, hasta que Marina Dörr me ha comunicado un cambio de correo electrónico.
Es una mujer para llevar de turismo todo lo lejos posible de la costa este de la península en que resido. Compartimos piso en los tiempos de unos juegos olímpicos. Me invitaba a menudo, rodeada de mil desconocidos que invadían nuestro espacio vital, a una ensalada alemana de coliflor cruda que mis papilas gustativas nunca van a olvidar por tremenda.
Era una etapa de enorme violencia de ETA y la policía buscaba a una terrorista apodada la tigresa. Su descripción y fotografía eran públicos en múltiples carteles colgados en los espacios de tránsito: un metro con ochenta centímetros de estatura, cabello rizado, ojos claros. El parecido con la mujer con quien compartía piso en el momento olímpico era más que razonable.
Un domingo a media tarde, Marina quiso asistir a la ceremonia en una iglesia protestante de la ciudad. A su término, y por el aviso anónimo de un creyente que abandonó el templo en sigilo, había un dispositivo policial sin precedentes en la población universitaria. Acordonaron el recinto. La detuvieron unas horas hasta comprobar que no era más que una estudiante alemana de paso en nuestra tierra.
Regresó al piso angustiada. Me preguntó, con su ingenuidad, si podría acarrearle problemas la pistola de munición de nueve milímetros que había traído de su país para estar a salvo en territorio extraño. Es la única vez que he tenido un arma corta en mis manos. Era liviana y fría al tacto, tan diferente a las escopetas que conozco desde siempre. Buscamos una solución razonable y un amigo suyo la guardó hasta su regreso al norte de Europa. La policía no intervino de nuevo y lo celebramos con una ensalada de coliflor.
Es la mujer más hermosa físicamente que ha desfilado ante el cásting de mi mirada, y su vida permanece en una fiesta continua de ciudad de vacaciones. Le atraen los gatos, colorearse los labios y aprender lenguas extrañas.
Es tan transparente que no sólo no esconde sus secretos; también airea los de los demás.
Realmente es una ciudad de vacaciones para el alma, como Las Vegas o Marina d'Or.
Es una mujer para llevar de turismo todo lo lejos posible de la costa este de la península en que resido. Compartimos piso en los tiempos de unos juegos olímpicos. Me invitaba a menudo, rodeada de mil desconocidos que invadían nuestro espacio vital, a una ensalada alemana de coliflor cruda que mis papilas gustativas nunca van a olvidar por tremenda.
Era una etapa de enorme violencia de ETA y la policía buscaba a una terrorista apodada la tigresa. Su descripción y fotografía eran públicos en múltiples carteles colgados en los espacios de tránsito: un metro con ochenta centímetros de estatura, cabello rizado, ojos claros. El parecido con la mujer con quien compartía piso en el momento olímpico era más que razonable.
Un domingo a media tarde, Marina quiso asistir a la ceremonia en una iglesia protestante de la ciudad. A su término, y por el aviso anónimo de un creyente que abandonó el templo en sigilo, había un dispositivo policial sin precedentes en la población universitaria. Acordonaron el recinto. La detuvieron unas horas hasta comprobar que no era más que una estudiante alemana de paso en nuestra tierra.
Regresó al piso angustiada. Me preguntó, con su ingenuidad, si podría acarrearle problemas la pistola de munición de nueve milímetros que había traído de su país para estar a salvo en territorio extraño. Es la única vez que he tenido un arma corta en mis manos. Era liviana y fría al tacto, tan diferente a las escopetas que conozco desde siempre. Buscamos una solución razonable y un amigo suyo la guardó hasta su regreso al norte de Europa. La policía no intervino de nuevo y lo celebramos con una ensalada de coliflor.
Es la mujer más hermosa físicamente que ha desfilado ante el cásting de mi mirada, y su vida permanece en una fiesta continua de ciudad de vacaciones. Le atraen los gatos, colorearse los labios y aprender lenguas extrañas.
Es tan transparente que no sólo no esconde sus secretos; también airea los de los demás.
Realmente es una ciudad de vacaciones para el alma, como Las Vegas o Marina d'Or.
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