El guardián entre el centeno (cuatro pequeñas historias)
1. Domingo (rojos).
Hace unos días me regalaron El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, y desde entonces me acompaña en los paseos.
El domingo pasado bajé a la playa al caer la tarde con el ómnibus 39, para alejarme de la final de la Eurocopa de fútbol entre Alemania y España que se jugaba en el patio de luces de mi edificio con los transistores a toda potencia. Odio profundamente ese forofismo desatado alrededor de la roja. Parecen nuevos ricos. En el viaje vi muchas banderas españolas por la calle. Incluso en el autobús viajaban tres chicos que hablaban en catalán y vestían la camiseta de la selección estatal. Se entusiasmaron con una adolescente pelirroja que caminaba con sus amigas por la calle Pau Claris. Llevaba una prenda ajustada donde se leía Fernando Torres y un 9 enorme en la espalda. Gritaron como locos golpeando los cristales, hasta que ella les levantó el pulgar. La verdad es que la chica era bonita. Me entraron ganas de gritar como un loco y levantarle el pulgar. Pero en lugar de hacer eso comencé a leer mi novela:
Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso.
La arena de la playa estaba sucia de envoltorios de Pans & Company, latas de cerveza (Homer Simpson debe andar de vacaciones en la ciudad) y botellas sin mensajes escampadas por todas partes. Algunas flotaban en el mar. Incluso ondeaba una bandera española anclada en la arena, abandonada a su suerte. Me costó encontrar un espacio donde sentarme en ese vertedero prácticamente deshabitado. Los cochinos que dejaron ese paisaje tras sus chancletas ya estaban en sus casas con la camiseta roja, pendientes de la final de la Eurocopa. Sólo me hacían compañía las gaviotas, revolviendo los residuos con sus picos ganchudos, y un grupo de cuatro extranjeras.
Eran menudas de estatura. Tres parecían nórdicas y una era asiática. Jugaban a fútbol con sus mochilas simulando ser porterías. No tenían mucha habilidad con la pelota en los pies. Así que cambiaron de deporte y se pasaron al voleibol. Con las manos tampoco eran gran cosa, pero me quedé mirándolas hasta que se cansaron de jugar. Fue mi gran final de la Eurocopa, ajeno a los petardos de celebración por la victoria de España ante Alemania, que comenzaron a atronar en el cielo de la ciudad.
2. Miércoles (roces).
Antes me encantaban esos días en que era invisible, que era siempre. Me cruzaba con rostros desconocidos en el paseo y sabía que difícilmente detendrían su mirada en mí. Ahora conozco a más personas, entre otras cosas por culpa de escribir un blog. Este miércoles, sin ir más lejos, estaba mirando rebajas tranquilamente en H&M. Tenía entre las manos unos jeans que me iban bien de cintura, pero mal de longitud. Revolvía ese arsenal de prendas, intentando descifrar el significado de 33 W y 32 L, cuando comenzaron a empujarme por ambos flancos. Pensé que se trataba de dos maleducados intentando ocupar mi territorio. Pero eran la princesita y Buñuel bromeando conmigo. Ella estaba de un humor excelente, y me mostró su vestido nuevo con el que saldrá a cenar este verano con mil amigos y amigas. Hablamos un rato y quedamos para una cita formal en poco tiempo (los encuentros casuales no cuentan).
No compré nada, porque me hice un lío con las malditas etiquetas y porque no soporto estar más de treinta minutos en un centro comercial. Así que para disipar el mal humor me senté a leer un rato en un banco de la rambla Catalunya (lejos de las terrazas):
Soy el mentiroso más impresionante que han visto en su vida. Es horrible. Hasta cuando voy a comprar una revista, si alguien me pregunta que adónde voy, soy capaz de decirle que voy a la ópera. Es terrible.
Al rato, recordé que debía responder un email de la pintora, y ella se acuesta temprano. Así que regresé a casa a paso de marcha militar. Llegué a mi barrio sudoroso pasadas las diez de la noche. Estaba impresentable. Una manita me saludó desde el interior de un vehículo. Levanté la mirada y vi su sonrisa en esa cara de eterna niña. Era ella, la destinataria del correo electrónico. Se despojó del cinturón de seguridad y salió del coche para abrazarme (espero que no notara mi humedad). Charlamos un instante sobre esa cena que tenemos pendiente con la gente del sur, y le conté que caminaba apresurado para escribirle. Ella siempre se ríe de todo, especialmente de las casualidades. Luego quiso presentarme a alguien. Convidó a salir del coche a un tipo parecido a Matthew McConaughey. Un tipo realmente atractivo, alto y elegante. Me tendió la mano y no pude esconder la mía sudorosa, ni mi camiseta fuera del pantalón que buscaba refrescar mi cuerpo con esas brisas puntuales que se obtienen en los cruces de algunas calles. Pero ella dijo: "M'encanten aquestes passejades nocturnes teves". Y me hizo sentir bien. Añadió: "Que ens haguem trobat no vol dir que et puguis estalviar aquest email. M'agradarà llegir-lo". A personas así no puedes negarles nada.
3. Jueves (serenata).
Normalmente el Turó Parc cierra sus verjas hacia las diez de la noche. Por eso me alegró (y me extrañó) encontrarlas abiertas este jueves cerca de las once. La gente seguía paseando a sus perros. Tres pequeños cachorros de Shar Pei vinieron a buscar mis caricias, uno tras otro. Su propietario, con pantalones pirata beige, camisa azul celeste y mocasines de piel, ni me miró.
A pesar del tránsito de paseantes, no quise quedarme encerrado de nuevo en el parque como me sucedió hace un tiempo. Me senté en el banco más cercano a una de las puertas laterales y extraje El guardián entre el centeno de mi mochila:
Lo primero que hice cuando me bajé en Pennsylvania Station fue meterme en una cabina telefónica. Tenía ganas de llamar a alguien. Dejé las maletas a la puerta de la cabina para poder vigilarlas, pero tan pronto como estuve dentro no se me ocurrió nadie a quien llamar. Mi hermano D.B. estaba en Hollywood. Mi hermana pequeña, Phoebe, se acuesta alrededor de las nueve, así que no podía llamarla.
Entonces escuché a mi espalda unos aplausos lejanos. Parecían provenir del corazón de las tinieblas del Turó Parc. No me atreví a adentrarme en ellas por temor a quedarme encarcelado de nuevo. Pero las sombras de la gente que caminaba tranquilamente por los senderos de tierra me hizo aventurar. Una música muy suave venía con la brisa, y cada vez era más distinguible el sonido de una flauta y una guitarra. En la glorieta central, medio centenar de personas asistían a un concierto minúsculo de dos intérpretes. Me quedé de pie, cerca de la última fila de sillas plegables. Una funcionaria de Parcs i Jardins me observó un rato antes de acercarse a mí (cuando intuyó que me quedaría, que no era un curioso). Me entregó una hoja en la que pude leer que Agata Podsiadly y Carlos Delgado interpretaban piezas de Egberto Gismonti, de Antonio Vivaldi, de Piazzola..., dentro del ciclo "Música als Parcs". De fondo croaban las ranas. Corría el aire fresco. La música era casi tímida. El público permanecía silencioso. Me senté y me olvidé de todo.
4. Sábado (Yi)
Hacía siglos que no detenía mi taxi vital entre las torres de la avenida de la Reina María Cristina. Miles de personas contemplaban el espectáculo de la fuente mágica. Apretados, acalorados. Este sábado por la noche todos los museos de Montjuïc eran gratuitos. Así que evité el tumulto y desvié mis pasos hacia la avenida del Marquès de Comillas hasta llegar al CaixaForum. Hace poco estuvo allí la mujer de los mares del sur y me habló con entusiasmo de la exposición temporal "L'escola Yi, trenta anys d'art abstracte xinès".
Un público escaso deambulaba por los pasillos de ladrillo rojo de la antigua fábrica Casaramona, buscando una de las cinco muestras artísticas de este verano. Me costó encontrar la mía, pero mereció la pena. La mayoría de las ochenta obras (pintura, escultura e instalaciones) me contaron alguna pequeña historia, con esa sutileza tan oriental. Según el folleto que me entregaron en la entrada: "Yi es una palabra que representa el estado de contemplación y meditación de los creadores. La manera en que los artistas o los poetas piensan sobre su entorno, o lo observan, es el punto de partida de esta muestra". La última obra era la más llamativa para la gente agreste como yo que no entendemos de arte: un rectángulo con decenas de abanicos de algodón y bambú colgados del techo mediante alambres, y girando levemente con las corrientes de aire.
Cometí el error de abandonar la tranquilidad del CaixaForum para adentrarme en el infierno de la montaña. Una cosa llamada The block party (dos escenarios con distintos dj's armando jarana) me taladró los tímpanos durante la ascensión. Las escaleras mecánicas eran un embudo donde quedaba atrapada la marea de visitantes, así que subí a pie hasta coronar la explanada frente al Palau Nacional. Era fácil acceder al interior del edificio, pero la cola de gente abanicándose mientras aguardaba para entrar en la muestra "Duchamp, Man Ray, Picabia" daba demasiadas vueltas alrededor de mi paciencia. Me dediqué a contemplar la arquitectura del edificio. Pura grandeza vacía. La inmensa sala central estaba poco transitada. Subí en ascensor al mirador del segundo piso y me senté en una grada. Estaba solo. Los visitantes parecían poca cosa allá abajo, como yo debía parecerles insignificante allá arriba. Estaba cansado (llevaba cuatro horas caminando) y pensé en quedarme un buen rato sentado, sintiendo el hormigueo en mis piernas. Abrí el libro:
Volví al hotel andando todo el camino. Cuarenta y una manzanas estupendas. No lo hice porque me apeteciera andar ni nada de eso. Fue porque no quería entrar y salir de otro taxi. A veces se cansa uno de ir en taxi tanto como de ir en ascensor. De pronto tienes que andar, no importa hasta dónde o hasta qué altura.
Hace unos días me regalaron El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, y desde entonces me acompaña en los paseos.
El domingo pasado bajé a la playa al caer la tarde con el ómnibus 39, para alejarme de la final de la Eurocopa de fútbol entre Alemania y España que se jugaba en el patio de luces de mi edificio con los transistores a toda potencia. Odio profundamente ese forofismo desatado alrededor de la roja. Parecen nuevos ricos. En el viaje vi muchas banderas españolas por la calle. Incluso en el autobús viajaban tres chicos que hablaban en catalán y vestían la camiseta de la selección estatal. Se entusiasmaron con una adolescente pelirroja que caminaba con sus amigas por la calle Pau Claris. Llevaba una prenda ajustada donde se leía Fernando Torres y un 9 enorme en la espalda. Gritaron como locos golpeando los cristales, hasta que ella les levantó el pulgar. La verdad es que la chica era bonita. Me entraron ganas de gritar como un loco y levantarle el pulgar. Pero en lugar de hacer eso comencé a leer mi novela:
Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia, y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y todas esas gilipolleces estilo David Copperfield, pero si quieren saber la verdad no tengo ganas de hablar de eso.
La arena de la playa estaba sucia de envoltorios de Pans & Company, latas de cerveza (Homer Simpson debe andar de vacaciones en la ciudad) y botellas sin mensajes escampadas por todas partes. Algunas flotaban en el mar. Incluso ondeaba una bandera española anclada en la arena, abandonada a su suerte. Me costó encontrar un espacio donde sentarme en ese vertedero prácticamente deshabitado. Los cochinos que dejaron ese paisaje tras sus chancletas ya estaban en sus casas con la camiseta roja, pendientes de la final de la Eurocopa. Sólo me hacían compañía las gaviotas, revolviendo los residuos con sus picos ganchudos, y un grupo de cuatro extranjeras.
Eran menudas de estatura. Tres parecían nórdicas y una era asiática. Jugaban a fútbol con sus mochilas simulando ser porterías. No tenían mucha habilidad con la pelota en los pies. Así que cambiaron de deporte y se pasaron al voleibol. Con las manos tampoco eran gran cosa, pero me quedé mirándolas hasta que se cansaron de jugar. Fue mi gran final de la Eurocopa, ajeno a los petardos de celebración por la victoria de España ante Alemania, que comenzaron a atronar en el cielo de la ciudad.
2. Miércoles (roces).
Antes me encantaban esos días en que era invisible, que era siempre. Me cruzaba con rostros desconocidos en el paseo y sabía que difícilmente detendrían su mirada en mí. Ahora conozco a más personas, entre otras cosas por culpa de escribir un blog. Este miércoles, sin ir más lejos, estaba mirando rebajas tranquilamente en H&M. Tenía entre las manos unos jeans que me iban bien de cintura, pero mal de longitud. Revolvía ese arsenal de prendas, intentando descifrar el significado de 33 W y 32 L, cuando comenzaron a empujarme por ambos flancos. Pensé que se trataba de dos maleducados intentando ocupar mi territorio. Pero eran la princesita y Buñuel bromeando conmigo. Ella estaba de un humor excelente, y me mostró su vestido nuevo con el que saldrá a cenar este verano con mil amigos y amigas. Hablamos un rato y quedamos para una cita formal en poco tiempo (los encuentros casuales no cuentan).
No compré nada, porque me hice un lío con las malditas etiquetas y porque no soporto estar más de treinta minutos en un centro comercial. Así que para disipar el mal humor me senté a leer un rato en un banco de la rambla Catalunya (lejos de las terrazas):
Soy el mentiroso más impresionante que han visto en su vida. Es horrible. Hasta cuando voy a comprar una revista, si alguien me pregunta que adónde voy, soy capaz de decirle que voy a la ópera. Es terrible.
Al rato, recordé que debía responder un email de la pintora, y ella se acuesta temprano. Así que regresé a casa a paso de marcha militar. Llegué a mi barrio sudoroso pasadas las diez de la noche. Estaba impresentable. Una manita me saludó desde el interior de un vehículo. Levanté la mirada y vi su sonrisa en esa cara de eterna niña. Era ella, la destinataria del correo electrónico. Se despojó del cinturón de seguridad y salió del coche para abrazarme (espero que no notara mi humedad). Charlamos un instante sobre esa cena que tenemos pendiente con la gente del sur, y le conté que caminaba apresurado para escribirle. Ella siempre se ríe de todo, especialmente de las casualidades. Luego quiso presentarme a alguien. Convidó a salir del coche a un tipo parecido a Matthew McConaughey. Un tipo realmente atractivo, alto y elegante. Me tendió la mano y no pude esconder la mía sudorosa, ni mi camiseta fuera del pantalón que buscaba refrescar mi cuerpo con esas brisas puntuales que se obtienen en los cruces de algunas calles. Pero ella dijo: "M'encanten aquestes passejades nocturnes teves". Y me hizo sentir bien. Añadió: "Que ens haguem trobat no vol dir que et puguis estalviar aquest email. M'agradarà llegir-lo". A personas así no puedes negarles nada.
3. Jueves (serenata).
Normalmente el Turó Parc cierra sus verjas hacia las diez de la noche. Por eso me alegró (y me extrañó) encontrarlas abiertas este jueves cerca de las once. La gente seguía paseando a sus perros. Tres pequeños cachorros de Shar Pei vinieron a buscar mis caricias, uno tras otro. Su propietario, con pantalones pirata beige, camisa azul celeste y mocasines de piel, ni me miró.
A pesar del tránsito de paseantes, no quise quedarme encerrado de nuevo en el parque como me sucedió hace un tiempo. Me senté en el banco más cercano a una de las puertas laterales y extraje El guardián entre el centeno de mi mochila:
Lo primero que hice cuando me bajé en Pennsylvania Station fue meterme en una cabina telefónica. Tenía ganas de llamar a alguien. Dejé las maletas a la puerta de la cabina para poder vigilarlas, pero tan pronto como estuve dentro no se me ocurrió nadie a quien llamar. Mi hermano D.B. estaba en Hollywood. Mi hermana pequeña, Phoebe, se acuesta alrededor de las nueve, así que no podía llamarla.
Entonces escuché a mi espalda unos aplausos lejanos. Parecían provenir del corazón de las tinieblas del Turó Parc. No me atreví a adentrarme en ellas por temor a quedarme encarcelado de nuevo. Pero las sombras de la gente que caminaba tranquilamente por los senderos de tierra me hizo aventurar. Una música muy suave venía con la brisa, y cada vez era más distinguible el sonido de una flauta y una guitarra. En la glorieta central, medio centenar de personas asistían a un concierto minúsculo de dos intérpretes. Me quedé de pie, cerca de la última fila de sillas plegables. Una funcionaria de Parcs i Jardins me observó un rato antes de acercarse a mí (cuando intuyó que me quedaría, que no era un curioso). Me entregó una hoja en la que pude leer que Agata Podsiadly y Carlos Delgado interpretaban piezas de Egberto Gismonti, de Antonio Vivaldi, de Piazzola..., dentro del ciclo "Música als Parcs". De fondo croaban las ranas. Corría el aire fresco. La música era casi tímida. El público permanecía silencioso. Me senté y me olvidé de todo.
4. Sábado (Yi)
Hacía siglos que no detenía mi taxi vital entre las torres de la avenida de la Reina María Cristina. Miles de personas contemplaban el espectáculo de la fuente mágica. Apretados, acalorados. Este sábado por la noche todos los museos de Montjuïc eran gratuitos. Así que evité el tumulto y desvié mis pasos hacia la avenida del Marquès de Comillas hasta llegar al CaixaForum. Hace poco estuvo allí la mujer de los mares del sur y me habló con entusiasmo de la exposición temporal "L'escola Yi, trenta anys d'art abstracte xinès".
Un público escaso deambulaba por los pasillos de ladrillo rojo de la antigua fábrica Casaramona, buscando una de las cinco muestras artísticas de este verano. Me costó encontrar la mía, pero mereció la pena. La mayoría de las ochenta obras (pintura, escultura e instalaciones) me contaron alguna pequeña historia, con esa sutileza tan oriental. Según el folleto que me entregaron en la entrada: "Yi es una palabra que representa el estado de contemplación y meditación de los creadores. La manera en que los artistas o los poetas piensan sobre su entorno, o lo observan, es el punto de partida de esta muestra". La última obra era la más llamativa para la gente agreste como yo que no entendemos de arte: un rectángulo con decenas de abanicos de algodón y bambú colgados del techo mediante alambres, y girando levemente con las corrientes de aire.
Cometí el error de abandonar la tranquilidad del CaixaForum para adentrarme en el infierno de la montaña. Una cosa llamada The block party (dos escenarios con distintos dj's armando jarana) me taladró los tímpanos durante la ascensión. Las escaleras mecánicas eran un embudo donde quedaba atrapada la marea de visitantes, así que subí a pie hasta coronar la explanada frente al Palau Nacional. Era fácil acceder al interior del edificio, pero la cola de gente abanicándose mientras aguardaba para entrar en la muestra "Duchamp, Man Ray, Picabia" daba demasiadas vueltas alrededor de mi paciencia. Me dediqué a contemplar la arquitectura del edificio. Pura grandeza vacía. La inmensa sala central estaba poco transitada. Subí en ascensor al mirador del segundo piso y me senté en una grada. Estaba solo. Los visitantes parecían poca cosa allá abajo, como yo debía parecerles insignificante allá arriba. Estaba cansado (llevaba cuatro horas caminando) y pensé en quedarme un buen rato sentado, sintiendo el hormigueo en mis piernas. Abrí el libro:
Volví al hotel andando todo el camino. Cuarenta y una manzanas estupendas. No lo hice porque me apeteciera andar ni nada de eso. Fue porque no quería entrar y salir de otro taxi. A veces se cansa uno de ir en taxi tanto como de ir en ascensor. De pronto tienes que andar, no importa hasta dónde o hasta qué altura.
19 Comments:
Quina setmana més intensa que has tingut, Paseante.
Ara m'has fet venir ganes de rellegir el guardián. Sortiré a comprar-lo de nou, ja que el meu el tinc a una altra casa.
Saps que jo vaig estar fa tres setmanes mirant aquesta expo? I la que més em va agradar va ser la pintura xinesa? Quines casualitats té la vida! Fins i tot vaig anar a la botiga del Caixa Fórum i vaig trobar un ninet que m'hagués agradar comprar. I no ho vaig fer...Llàstima...
Que continues amb aquests dies intensos, i bon estiu.
Una setmana ben plena. Està molt bé gaudir així de la ciutat. No sé què ho fa, però llegir-te és com balsàmic. Quina pau... :)
Uy, pues cuidado que después de leer ese libro dicen que uno se vuelve malote, no estarás buscando al doble de Lennon!!
Bueno, lo de la Eurocopa ya veo que no te interesaba pero si se hubiera tratado de la Champions con el Barsa seguro que no te hubieras quedado en la playa!, quien sabe igual dentro de unos años teneis selección Catalana, tiempo al tiempo (claro que yo prefiero que no, porque tendría peor equipo España, pero seguro que no opinas lo mismo jeje!!)...te imaginas una final contra España?...bueno una final lo dudo jaja!!, pero un partidito de clasificación..sería como un Barsa-Madrid ;)
Lo de los centros comerciales a mi no me agobia, pero es que soy muy cotilla miro a la gente mas que la ropa, será que me creo que estoy en una peli??
cuando pueda me pongo con el cartelito!!!
saludos
Eso, eso, tu al cartelito!! I no te olvides de usar el fotoshop, aunque no creo que lo necesites, la verdad. ;)
tan mediterrània...
;)
Diumenge jo també era allà, veient com queia el vespre i pensant que semblava que tornava a ser Sant Joan... la platja, els petards, la calor... I dissabte per poc pujo a Montjuïc... Però ara que et llegeixo penso que vaig entrar contenta a les primeres hores del meu aniversari mentre contemplava els ballarins actuant al pati del CCCB.
Les casualitats potser no són tan estranyes en una ciutat com BCN, tan moderna, tan mediterània...
paseante, qué placer leerte...
y ya me callo.
(por no molestar)
Has de rellegir "El guardián entre el centeno" Emily. I sí que és casual haver vist la mateixa exposició que tu. Són les coses dels blogs. Bon estiu maca, però espero que ens continuarem llegint. Jo encara no marxo.
Gràcies Rita. Tot i que al final m'imaginaré com un monjo budista :-)
Espero que no me altere el carácter la lectura de ese libro Atikus. Hace unos días Emily me contó eso del asesino de Lennon. Desconocía la historia. No vamos a pelearnos por el tema fútbol. Tampoco me interesa mucho la selección catalana. Y me ha gustado esa imagen tuya en el centro comercial, en plan peli. Venga, ponte con el cartelito.
Violette, sense saber-ho ens vam fer companyia a la platja. M'agrada aquesta idea. I vas fer bé de no pujar a Montjuïc. Al CaixaForum s'hi estava molt bé, però la resta era una muntanya presa per hooligans. I moltes felicitats cangrejeta. A mi no em falta massa. Un petó.
Gracias Katrin, ya ves que a mí me salen unos posts más largos que a ti. No es una crítica, es una auto-crítica. Y tú jamás molestas. Merci per les sardines.
Doncs res a veure amb la impressió que tinc de tu, precisament... :)
Gràcies, Paseante-cangrejet...
Un petó també per a tu!
vienes?
:o)
A veure si acabés com "El vigilante" aquest... (ah, no, que tu ets "El paseante"...!
http://malerudeveuret.blogspot.com/2008/01/de-lectura-32-el-vigilant-en-el-camp-de.html
Una setmana que donaria per molts posts...
(Ja vas fitxar la noia del polze amunt per teu patètic equip?)
Veí, això de "patètic" equip és una ofensa grrrrrrrr
Paseante, quin post més bonic, i per capítols :)
Dissabte també vaig estar per Montjuic però horari nens. A les 19h vam poder veure el MNAC tranquils. I després vam estar sopant pel Poble Espanyol.
Paseante , me gusta que ya me haya quedado rl nombre de "la pintora"...
Y estos días he leido un par de vecesel post ...sin mucha energía para dejar algo divertido escrito en los comments.Pero ya se me ocurrirá.
Por de pronto he recortado eso de "Ella siempre se ríe de todo, especialmente de las casualidades"y lo he pegado en la puerta de la nevera...bueno y lo de "cara de eterna niña "también , y lo de que a gente así no puedes negarles nada también ...y ...
Gracias, de verdad ...
tenia un professor enamorat d'aquest llibre i me'l va fer odiar una mica, només una mica perquè el vaig recuperar més tard i ja em va agradar més. Jo als matins a currar i a les tardes a susbstituir el cafè per l'orxata. Els caps de setmana si es pot acampada vora la platja. I bona companyia, riures, i molt, moltíssim sol, of course.
M'agrada aquesta crònica-diari d'una setmana. Jo sóc ocell de bosc però crec que té el seu encant passejar-se per la ciutat a hores diferents. Hi ha tantes coses per veure i observar!
De fet quab baixo només faig que badar. Voldria anar a tants llocs que m'he de dosificar...
Bones vacances si les fas!
Me n'alegro Rita. Tornes de vacances o què? Les fas durar massa :-)
Gràcies Violette. Un petó.
Katrin, algún día.
Veí, mira, si vols comentar no t'ho puc impedir. Però al menys podries dir coses originals, i no tots aquests tòpics. Ets de crosta de coco (com diu la gent del sud)
Khalina, gràcies per posar el Veí al seu lloc. Ja m'ho va dir la irlandesa que voltaves per Montjuïc aquella nit. M'hauria agradat creuar-me amb vosaltres i veure aquesta família teva.
MK, me han contado que quizás todo se te va a solucionar. Me gustaría que fuera verdad. Y no pongas papelotes en la nevera mujer, que los cachorritos van a creer que te has metido en una secta.
Quina enveja de les teves tardes d'aquest estiu Mirielle. I celebro que recuperessis el "Guardián" en aquesta etapa post-profe pesat.
Hola Noa, gràcies per entrar. Faré poquetes vacances (caps de setmana llargs). Si en fas, que et vagin molt bé.
1-Domingo (rojos)
Me parece bien una final entre cuatro extranjeras al lado del mar, creo que ya te veias en el papel de míster.
2-Miercoles (roces)
Lo de ser invisible siempre me ha gustado, incluso hay dias en que lo necesitas ¿verdad, hombre de piernas largas? Yo tampoco aguanto mucho en un centro comercial, la verdad es que huyo en cuanto los veo ;)
3-Jueves (serenata)
Piratas+camisa azul celeste+mocasines= aburrimiento.
La camisa azul celeste sin duda con vaqueros, los mocasines por sandalias y los piratas...casi mejor prohibirlos.
Piazzola....
Sabado (Yi)
Abanicos de algodón (almidonado¿?) y bambú, suena bien.
Y Man Ray también.
Me ha gustado, aunque no tanto como los mares del Sur ¿y a ti?
Un petó
A mí me ha gustado tu comentario Eva. Has hecho el esfuerzo de comentar cada historia y se agradece de veras. Un petonet.
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