Gamberrada
La chica de las montañas llamada Be (aparece en los links, http://verdadlimite.blogspot.com/) escribe palabras que hacen pensar o sentir cosas que yo he pensado o sentido y soy incapaz de explicar como hace ella. En un texto reciente explica: "últimamente y temo que se convierta en costumbre me ha dado por disparar a según qué. anteayer sin ir más lejos disparé contra un ministro y un abogado, en absoluto inocentes. lo cierto es que experimento cierto bienestar haciéndolo, y, a pesar de humedecerme los labios antes de disparar no es exactamente placer lo que siento, pero me relaja y yo relajada gano mucho". Escribirá en minúsculas como protesta mientras el mundo no gire como ella cree que debería girar, y pienso que su tecla Alt se cubrirá de polvo.
Si el día no ha sido satisfactorio, gasto una caja de munición en la cama para conciliar el sueño. También a mí me relaja hacerlo, y yo relajado gano mucho.
Normalmente recorro las esquinas de mi vida con el carácter agrio, las prisas en mis piernas, las manos a la espalda, el disgusto instalado en mi relación con los de mi especie. Pero en ocasiones me siento alegre: tras una conversación interesante con una mujer resfriada que adora los gatos o al final de un trabajo arriesgado o después de un fin de semana agradable o al girar la última página de una buena novela. Entonces se me hincha el pecho con aire que no sé dónde nace y me hace levitar (parezco un paseante-aerostático), se me dibuja una sonrisa idiota en los labios y salgo a callejear con ganas de ceder el paso, de dar las gracias, de decir por favor, de hacer bromas, de ser simpático ante los transeúntes amargados que caminan como hago yo cuando no tengo la jornada feliz.
Hace poco sufrí uno de esos raros episodios de buen humor porque alguien me convidó a visitar su vida, mientras contemplábamos pasar el tráfico por la avenida Diagonal sentados en el espacio para no fumadores de un local acristalado, con un matrimonio antiguo en la mesa contigua que devoraba platos de pasta con tenedor y cuchara. Después, vagabundeé de buen humor. Miraba una cómoda estilo veneciano del siglo XVIII de color manzana verde -que no podré adquirir porque debe costar más de los 60 euros que tengo presupuestados este año para cómodas venecianas- en el escaparate de una tienda de antigüedades de Travessera de Gràcia, cuando vi acercarse por la acera a un tipo joven que cargaba dos paquetes con la compra. A su sombra, un perro labrador colaboraba en el transporte de comida arrastrando una tercera bolsa entre sus dientes. Sin que me viera su dueño, le acaricié el lomo y se disparó el muelle de su cola.
Entré en el Mercadona, de donde había salido ese equipo de transportistas, aunque no necesitara adquirir nada con urgencia. Me relaja recorrer sus pasillos y leer las ofertas cuando tengo un rato libre. Compré conservas: sardinas, atún, espárragos... Aguardé con paciencia el turno para pagar, sin temor a que saltara la alarma que siempre dispara mi viejo aparato de radio (los días agradables no lo llevo encima, porque no necesito desconectar de la realidad). El pipipí que produce en los arcos detectores me obliga a dar explicaciones continuas a los guardias de seguridad, mientras contemplo sus galones de juguete. Hasta el momento, jamás me han obligado a desnudarme en un cuarto cutre, y se fían de mis argumentos.
Introducía mi compra en las bolsas del establecimiento, cuando sonó un pitido estridente. Pensé que lo había provocado yo, hasta que el sonrojo en las mejillas de una chica a mi espalda me hizo suspirar relajado. Era rubia y menuda, y abrió el bolso ante la cajera. "Deben ser estos cd's que he comprado en El Corte Inglés, pero es raro porque allí no me han pitado". Volvió a pasar el control, y de nuevo el pipipí. Sucedió por tercera vez. "¡Por favor!”, gritó ella, con cara de querer disparar contra alguien en su día de mala suerte.
Al alejarme, caminando con mi compra innecesaria, seguía divirtiéndose la alarma con las desgracias ajenas.
Me detuve de nuevo ante la cómoda estilo Luis XVI; las manos en los bolsillos, y la mochila repleta. Es magnífica, y tengo un nuevo motivo para dar en la diana de la Lotería Primitiva el próximo sábado. En el semáforo de Balmes con Travessera de Gràcia coincidí con la chica del hipermercado. Me alegré de volverla a ver (seguramente por última vez en nuestras vidas), aunque siguiera con su cara de agobio. Entonces, mezclado entre la gente en el paso cebra, se me escapó un pipipí sonoro. Ella abrió su bolso, asustada, en un acto reflejo. Después nos miró a todos como si quisiera descargar un revólver contra el culpable de la gamberrada y experimentar una cierta relajación, porque seguro que ella relajada gana mucho. Disimulé agudizando la vista en las lunas del concesionario de automóviles de la acera contraria. Este año tampoco podré adquirir ninguno de sus modelos descapotables, a no ser que tenga suerte en las apuestas y consiga nuevos motivos para sentirme alegre y con ganas de desdramatizar esta vida.
Nota: Gracias Be por el permiso y por tu blog que hace pensar en tantas cosas.
Si el día no ha sido satisfactorio, gasto una caja de munición en la cama para conciliar el sueño. También a mí me relaja hacerlo, y yo relajado gano mucho.
Normalmente recorro las esquinas de mi vida con el carácter agrio, las prisas en mis piernas, las manos a la espalda, el disgusto instalado en mi relación con los de mi especie. Pero en ocasiones me siento alegre: tras una conversación interesante con una mujer resfriada que adora los gatos o al final de un trabajo arriesgado o después de un fin de semana agradable o al girar la última página de una buena novela. Entonces se me hincha el pecho con aire que no sé dónde nace y me hace levitar (parezco un paseante-aerostático), se me dibuja una sonrisa idiota en los labios y salgo a callejear con ganas de ceder el paso, de dar las gracias, de decir por favor, de hacer bromas, de ser simpático ante los transeúntes amargados que caminan como hago yo cuando no tengo la jornada feliz.
Hace poco sufrí uno de esos raros episodios de buen humor porque alguien me convidó a visitar su vida, mientras contemplábamos pasar el tráfico por la avenida Diagonal sentados en el espacio para no fumadores de un local acristalado, con un matrimonio antiguo en la mesa contigua que devoraba platos de pasta con tenedor y cuchara. Después, vagabundeé de buen humor. Miraba una cómoda estilo veneciano del siglo XVIII de color manzana verde -que no podré adquirir porque debe costar más de los 60 euros que tengo presupuestados este año para cómodas venecianas- en el escaparate de una tienda de antigüedades de Travessera de Gràcia, cuando vi acercarse por la acera a un tipo joven que cargaba dos paquetes con la compra. A su sombra, un perro labrador colaboraba en el transporte de comida arrastrando una tercera bolsa entre sus dientes. Sin que me viera su dueño, le acaricié el lomo y se disparó el muelle de su cola.
Entré en el Mercadona, de donde había salido ese equipo de transportistas, aunque no necesitara adquirir nada con urgencia. Me relaja recorrer sus pasillos y leer las ofertas cuando tengo un rato libre. Compré conservas: sardinas, atún, espárragos... Aguardé con paciencia el turno para pagar, sin temor a que saltara la alarma que siempre dispara mi viejo aparato de radio (los días agradables no lo llevo encima, porque no necesito desconectar de la realidad). El pipipí que produce en los arcos detectores me obliga a dar explicaciones continuas a los guardias de seguridad, mientras contemplo sus galones de juguete. Hasta el momento, jamás me han obligado a desnudarme en un cuarto cutre, y se fían de mis argumentos.
Introducía mi compra en las bolsas del establecimiento, cuando sonó un pitido estridente. Pensé que lo había provocado yo, hasta que el sonrojo en las mejillas de una chica a mi espalda me hizo suspirar relajado. Era rubia y menuda, y abrió el bolso ante la cajera. "Deben ser estos cd's que he comprado en El Corte Inglés, pero es raro porque allí no me han pitado". Volvió a pasar el control, y de nuevo el pipipí. Sucedió por tercera vez. "¡Por favor!”, gritó ella, con cara de querer disparar contra alguien en su día de mala suerte.
Al alejarme, caminando con mi compra innecesaria, seguía divirtiéndose la alarma con las desgracias ajenas.
Me detuve de nuevo ante la cómoda estilo Luis XVI; las manos en los bolsillos, y la mochila repleta. Es magnífica, y tengo un nuevo motivo para dar en la diana de la Lotería Primitiva el próximo sábado. En el semáforo de Balmes con Travessera de Gràcia coincidí con la chica del hipermercado. Me alegré de volverla a ver (seguramente por última vez en nuestras vidas), aunque siguiera con su cara de agobio. Entonces, mezclado entre la gente en el paso cebra, se me escapó un pipipí sonoro. Ella abrió su bolso, asustada, en un acto reflejo. Después nos miró a todos como si quisiera descargar un revólver contra el culpable de la gamberrada y experimentar una cierta relajación, porque seguro que ella relajada gana mucho. Disimulé agudizando la vista en las lunas del concesionario de automóviles de la acera contraria. Este año tampoco podré adquirir ninguno de sus modelos descapotables, a no ser que tenga suerte en las apuestas y consiga nuevos motivos para sentirme alegre y con ganas de desdramatizar esta vida.
Nota: Gracias Be por el permiso y por tu blog que hace pensar en tantas cosas.
9 Comments:
Yo soy poco de disparar. Me parece más relajante, y además dicho suena fuerte: "Si me lo/la encontrara por la calle le daba dos hostias". El caso es que luego me los encuentro y no lo hago, ¡maldita civilidad!Al final conseguiste colocar a Johnny Guitar. ¡Qué elegante eres, paseante! : )
Quina relació tan extranya tenien Johnny i Viena! molt sexy
pues me apunto el blog.
gracias por la visita y por las palabras.
1saludo
Gamberro!
gracias las que tú tienes, gamberro.
:*
y a ver si entras a horas más decentes al msn que ya me tienes harta : )
Jo et matava...
La propera vegada, no dissimulis i somriu-li ; relaxaràs, sense haver de disparar, algú que segur que guanyarà molt.
la verdad es que en estos hipermercados no sólo los galones de los vigilantes parecen de juguete también la fruta por ejemplo :)
Gràcies pels comentaris de l'Sterling Hayden. M'agrada molt aquest actor i la seva actitud salvatge davant la vida.
Gracias por entrar Virginia.
Be, hace años, cuando no tenías esa fotografía preciosa de Albert en tu vida, tú entrabas más tarde. Ahora no me seas como los ex-fumadores.
Potser la propera vegada somriuré Violette. Igual ets tu qui fa pipipí.
Atikus, ¿cómo se te ocurre comprar fruta en los hipers? Con lo fácil que es arrancarla del árbol.
Katrin, gamberra tú. :-)
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